Como artista, he pasado por infinidad de hoteles y hostales a lo largo de mi carrera. Sé lo que es la hospitalidad, la sencillez bien gestionada y, sobre todo, el valor de una estancia cómoda. Por eso, lo que ha hecho el Revolutum me resulta incomprensible. Cobrar por las sábanas y las toallas como si fueran un extra de lujo es, sencillamente, absurdo. No porque el importe sea desorbitado, sino porque es un básico en cualquier alojamiento. Lo peor es la forma en que lo esconden en Booking, sin avisar con claridad hasta que ya es demasiado tarde para decidir. Es un gesto pequeño, sí, pero lleno de malas intenciones. Y luego está la confusión de los carteles en el baño, que indican que las toallas tienen una fianza cuando, en realidad, hay que pagarlas. ¿Un olvido? ¿Una estrategia para ganar tiempo? Sea lo que sea, transmite desorden y falta de transparencia. Las habitaciones han perdido su encanto. Han cambiado camas confortables por literas incómodas y han sacrificado funcionalidad por más capacidad. Un hostel no es solo un negocio de camas, es una experiencia. Y aquí han decidido que lo importante no es el huésped, sino la rentabilidad inmediata. Intenté escuchar las explicaciones de la encargada, pero lo cierto es que no hay argumento que justifique decisiones así. La gestión ha perdido el rumbo y parece olvidar que un cliente insatisfecho no solo no vuelve, sino que lo cuenta. Y eso, en el mundo del alojamiento, pesa más que cualquier supuesto ahorro. Agradezco a Enrique y Alessandro por su paciencia y profesionalidad, pero ellos solos no pueden salvar lo que otros han decidido estropear. Ojalá Revolutum recapacite antes de que sea demasiado tarde.
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